historia de los "Conventillos" .
Desde la planta alta: El fotógrafo de "Caras y Caretas" eligió el conventillo de Piedras 1268. En 1902 y repartidas en 104 piezas, vivían en él más de 500 personas. Mostró así el grado de hacinamiento de pobres que había en toda la Ciudad.
LA HISTORIA EN UNA FOTO
Los inquilinos, en pie de guerra
Por Felipe Pigna. Historiador
Diario Clarín · domingo 29 de julio de 2007
Alquileres por las nubes y condiciones de vida indignas e insalubres.
La huelga de los habitantes de conventillos de 1907.
El costo de vida aumentaba día a día y el salario iba teniendo casi un sentido testimonial para los miembros de los sectores populares. Uno de los rubros que había sufrido mayores aumentos frente a los rezagados salarios era el de los alquileres, que se llevaban un buen porcentaje de los ingresos familiares.
"Sea propietario", prometían los folletos de las agencias de promoción de la Argentina en Europa destinadas a los proletarios europeos que eran alojados a su arribo en el llamado Hotel de Inmigrantes, un depósito de seres humanos, del cual se los expulsaba a los cinco días, quedando librados a su escasa o inexistente fortuna.
A la salida del Hotel estaban los "promotores" de los conventillos, subidos a carros que trasladaban a los inmigrantes hacia su nuevo destino. No había contratos de alquiler; el primer recibo de pago se lo daban al inquilino a los tres meses, para poder desalojarlo por falta de pago cuando el encargado o el propietario lo dispusiese.
Aquellas casas de inquilinato habían comenzado a surgir a comienzos de 1871, cuando las tropas argentinas regresaron de la guerra del Paraguay y trajeron, entre otras cosas, la epidemia de fiebre amarilla. El foco infeccioso se concentró en los barrios porteños de San Telmo y Monserrat, lugares tradicionales de residencia de nuestras familias "patricias" que decidieron abandonar sus enormes mansiones para trasladarse a Barrio Norte y Recoleta.
El capital ocioso conformado por aquellas casonas encontraría rápidamente un nuevo destino con notable rédito para sus dueños, que vieron en el aluvión inmigratorio una notable oportunidad de darle un fin productivo a sus propiedades abandonadas. Los palacetes fueron transformados en verdaderos palomares, con habitaciones sin ventanas y con un solo baño para cientos de personas.
En un principio se las llamó "casas de alquiler" o "inquilinatos", hasta que el ingenio popular las bautizó como conventillos, un diminutivo de convento, que ironizaba sobre las numerosas celdas que poblaban estos nuevos negocios de la oligarquía.
Gélidos en invierno, tórridos en verano, siempre insalubres, los conventillos eran la única posibilidad de vivienda para los recién llegados.
A comienzos de 1880 en Buenos Aires había 1.770 conventillos, en los que vivían 51.915 personas repartidas en 24.023 habitaciones de material, madera y chapas. Para mediados de 1890, ya eran 2.249, para 94.743 inquilinos.
En su revelador "Estudio sobre las casas de inquilinato de Buenos Aires", publicado en 1885, el doctor Guillermo Rawson, apelaba, más que a la solidaridad, al desarrollado espíritu de supervivencia de nuestra clase dirigente para intentar mejorar las condiciones de vida de los inquilinos.
"De aquellas fétidas pocilgas -escribió-, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan los gérmenes de las más terribles enfermedades, salen esas emanaciones, se incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidas por ella tal vez hasta los lujosos palacios de los ricos. Un día, uno de los seres queridos del hogar, un hijo, que es un ángel a quien rodeamos de cuidados y de caricias, se despierta ardiendo con la fiebre y con el sufrimiento de una grave dolencia () aquel cuadro de horror que hemos contemplado un momento en la casa del pobre. Pensemos en aquella acumulación de centenares de personas, de todas las edades y condiciones, amontonadas en el recinto malsano de sus habitaciones; recordemos que allí se desenvuelven y se reproducen por millares, bajo aquellas mortíferas influencias, los gérmenes eficaces para producir las infecciones, y que ese aire envenenado se escapa lentamente con su carga de muerte, se difunde en las calles, penetra sin ser visto en las casas, aun en las mejor dispuestas; y que aquel niño querido, en medio de su infantil alegría y aun bajo las caricias de sus padres, ha respirado acaso una porción pequeña de aquel aire viajero que va llevando a todas partes el germen de la muerte.".
Un personaje de un relato del ministro de Roca, Eduardo Wilde, se quejaba de las "incomodidades" de su nueva mansión: "¿Sabés por qué he venido? Por huir de mi casa donde no podía dar un paso sin romperme la crisma contra algún objeto de arte. Casi me saqué un ojo una noche, entrando a oscuras a mi escritorio, contra el busto de Gladstone (líder conservador inglés); otro día la Venus de Milo me hizo un moretón que todavía me duele; me alegré de verla con el brazo roto. Después, por sostener a la mascota, me disloqué el dedo en la silla de Napoleón en Santa Elena, un bronce pesadísimo, y casi me caí enredado en un tapiz del Japón".
La situación explotó a mediados de 1907 cuando se produjo una novedosa huelga de inquilinos. Los habitantes de los conventillos de Buenos Aires, Rosario, La Plata y Bahía Blanca decidieron no pagar sus alquileres frente a las pésimas condiciones de vida en los inquilinatos y al aumento desmedido aplicado por los propietarios.
La represión policial no se hizo esperar y comenzaron los desalojos. En la Capital estuvieron a cargo del jefe de Policía, quien desalojó a las familias obreras en las madrugadas del crudo invierno de 1907 a manguerazos de agua helada, con la ayuda del cuerpo de bomberos.
"Anarquista se nace" decía el flamante jefe de Policía, coronel Ramón Lorenzo Falcón, mirando a Miguel Pepe, quien con sólo 15 años se convirtió en uno de los más activos y eficaces oradores de aquellas jornadas.
Vinieron los desalojos y los tiros. Miguel quedó herido en un brazo. "Barramos con las escobas las injusticias de este mundo" se le escuchó decir. A los pocos días, una manifestación de escobas, -mayoritariamente compuesta por mujeres y niños, los que más horas por día padecían los males del conventillos- recorrió Buenos Aires. Salían a la luz los invisibles. Eran miles de escobas portadas pacíficamente.
El solidario gremio de los carreros se puso a disposición de los desalojados para trasladar a las familias a los campamentos organizados por los sindicatos anarquistas, donde el gremio gastronómico preparaba suculentas ollas populares financiadas con aportes que llegaban de todo el país.
Tras una durísima y desigual lucha, los huelguistas lograron parcialmente su objetivo de conseguir la rebaja de los alquileres y mejorar mínimamente las condiciones de vida.
Este original movimiento, que fue tomado como ejemplo y replicado en varias capitales del "primer" mundo, representó un llamado de atención sobre las dramáticas condiciones de vida de la mayoría de la población que ocuparon por aquellos días las tapas y los editoriales de los principales diarios.
Historia del Conventillo
Con la llegada de las grandes corrientes inmigratorias la fisonomía de la ciudad comenzó a cambiar. Era frecuente la construcción de conventillos, construcciones precarias que eran alquiladas a los recién llegados, quienes debían convivir en una situación de hacinamiento y falta de higiene. También comenzaron a formarse las primeras villas de emergencia, que si bien se desarrollaron a partir de la década de 1930, existían desde fines del siglo XIX. De esa forma podía considerarse al Barrio de la Ranas, ubicado en los terrenos de la Quema en Parque Patricios, donde sus habitantes usaban como paredes las latas de 20 litros que se utilizaban en la importación de querosén, llenándolas de barro.
Conventillo (del diminutivo de convento) es la denominación de un tipo de vivienda urbana del Cono Sur, también conocida como inquilinato, donde cada cuarto es alquilado por una familia o por un grupo de hombres solos. Los servicios (comedor, baños) suelen ser comunes para todos los inquilinos.
Muchas veces el conventillo representaba el uso tardío de casas residenciales o petit hotels en vecindarios que habían descendido de categoría social. Solían presentar malas condiciones sanitarias, fruto del hacinamiento. En general, estaban estructurados en galerías alrededor de uno o varios patios centrales.
En Argentina fue el primer hogar de muchos inmigrantes recién llegados al país. En él se mezclaba gente de todos los idiomas y nacionalidades, principalmente españoles, italianos, judíos y árabes. Fue caldo de cultivo para la cultura popular, expresada en el tango y los sainetes, entre los que merecen destacarse las obras de Alberto Vaccarezza:
· El conventillo de La Paloma (1920)
· Tu cuna fue un conventillo (1929)
El Conventillo de La Paloma todavía se levanta entre las calles Serrano y Thames, en el barrio de Villa Crespo en la ciudad de Buenos Aires. Fue construido especialmente para los trabajadores de una fábrica de calzados.
Hoy en día ya se ha perdido el halo romántico de los viejos conventillos, pero persisten las razones que motivaron su aparición. Su versión postmoderna la constituyen las casas tomadas, donde malviven familias enteras sin electricidad ni servicios sanitarios.
En Chile, el término conventillo es muy similar al uso que se le daba en Argentina. Se refiere a habitaciones populares, formadas por un pasillo, en las que las familias de clase baja vivían en condiciones insalubres. Fueron uno de los temas de la cuestión social más importantes a inicios del Siglo XX.
El Conventillo de la Paloma un siglo después
Por Carlos Szwarcer
Publicado en: Revista Cultural del CECAO. Año II Nº XIX. Mayo de 2004. Córdoba. Argentina.
La 2º edición de las visitas "Los Barrios Porteños Abren sus Puertas", me ha encontrado participando nuevamente entre sus guías. En Villa Crespo hemos presentado para este evento cultural, hace un mes, dos edificios históricos que tienen un fuerte contenido simbólico para la ciudad: el ex-Conventillo El Nacional y el Café y Bar Izmir. Ambos son parte del Patrimonio Cultural de Buenos Aires y de los pocos del barrio que con esas características quedan aún en pie
Hoy hablaremos del Conventillo. Necesitaremos recorrer un poco de historia. Ya en 1853, en el Preámbulo de nuestra Carta Magna se especifica que la misma era "para los habitantes de la Nación Argentina" y "... todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino...". La exigencia de cubrir puestos de trabajo para sostener el modelo agroexportador y de expansión programada hizo que la política estatal se encaminara a incentivar la inmigración. Algunos slogans como "Poblar el desierto" o "gobernar es poblar" reafirmaban políticas tendientes a resolver las necesidades inmediatas de mano de obra y al poco tiempo, con un predominio de italianos y españoles, se inició el proceso creciente de llegada de grandes oleadas inmigratorias. El hambre, la desesperación y la falta de expectativas, consecuencia de las políticas internas de los estados europeos y de los diversos conflictos armados regionales, potenciados con la Primera Guerra Mundial, determinaron tanto el flujo como el lugar de origen de los migrantes. Durante los últimos años del siglo XIX y las primeras tres décadas del siguiente las dársenas del puerto de Buenos Aires fueron testigos de la llegada de aquellas muchedumbres de distintos países.
Villa Crespo, ubicado hoy en el centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires, pertenecía en sus inicios al ámbito del arrabal; hacia 1880 existía como extensos pastizales anegadizos que incluían unas pocas y dispersas quintas. A mediados de esa década llegaría la Fábrica Nacional de Calzado que vio conveniente la adquisición de unas 30 hectáreas en esta zona prácticamente despoblada, con terrenos baratos y un arroyo próximo, el "Maldonado", útil para arrojar los deshechos industriales. Esta industria en franca expansión respondía a la formidable demanda de calzado por el vertiginoso aumento de población, "polo de atracción" para quienes buscaban empleo, fue determinante para la conformación del nuevo barrio. La experiencia empresarial contemplaba ofrecerle vivienda a los empleados. Primero los alojaron en los edificios de la fábrica, luego construyó una gran casa de inquilinato, conocida como Conventillo El Nacional, a metros de sus oficinas centrales y, en la medida que fue necesario, se impulsaron loteos para la compra a crédito de pequeños terrenos para la edificación de casas obreras. Sin embargo, en los años siguientes este proceso derivó en la aparición, en torno al núcleo fabril fundacional, de pequeños inquilinatos que albergaban a varias familias. De tal forma el barrio fue creciendo y afianzándose con una variada población que llegaba ansiosa buscando un mejor futuro.
Desde 1890 a 1930, quedó en Argentina un saldo migratorio de más de tres millones de nuevos pobladores. De la diversidad cultural de Villa Crespo surgió una buena relación entre criollos e inmigrantes provenientes de muy diferentes lugares, la que fue manifestándose en los patios de estos conventillos o casas de inquilinato y en los cafés que fueron apareciendo, donde el "gringo" mitigaba parte del desarraigo a partir del ocio y el entretenimiento entre parroquianos de iguales costumbres
El Conventillo El Nacional, llamado también el "Conventillo de la Paloma", llegó a tener más de cien habitaciones ubicadas en cuatro cuerpos. Un pasillo extenso y angosto de una cuadra recorría internamente la manzana, con entrada por Serrano 148-156 y otra por Thames 139-147. Fue el lugar que sirvió de inspiración para el sainete más famoso del autor Alberto Vacarezza, quien había vivido en el barrio y ubicó en escena a los nuevos arquetipos que convivían en piezas, patios y zaguanes: el tano (italiano), el gallego (español), el ruso (judío ashkenazí), el turco (judío sefaradí y otras etnias procedentes del viejo Imperio Otomano), etc. La obra, que tuvo como principal protagonista a la actriz y cantante Libertad Lamarque, fue estrenada en teatro en 1929 con un espectacular éxito (más de 1000 representaciones). Su argumento se basó en los amores de una hermosa fabriquera llamada Paloma. En cine se estrenó con el mismo título en el año 1936.
A más de un siglo de la construcción de este Conventillo, los asistentes a la recorrida barrial nos preguntaban si la tal Paloma verdaderamente había vivido allí. Más allá de que la heroína tenga un correlato histórico o sea un mero mito producto de la ficción, este edificio paradigmático por donde pasaron tango, lunfardo, compadritos y cocoliche, sí es real y, después de un siglo sigue milagrosamente en pie, aunque deteriorado y con signos de depredación (su hermosa fachada de madera labrada ha sido parcialmente extraída) evidencia que cien años después sigue siendo ámbito de inmigrantes, de otros orígenes, con otras músicas y otras voces, producto de las migraciones internas, de nuestras provincias y de países vecinos.
¿Qué pasó en la Argentina en estos últimos 100 años? Hay mucho para reflexionar. Nos resistimos a creer que el tiempo pase en vano. Aparecen tristes paradojas en estas épocas en que la cybercultura o la globalización se han impuesto y se hace cada vez más necesario conservar los sitios que tienen un fuerte valor histórico para la comunidad y, obviamente, preservar las identidades que le dan sentido a cada lugar, en este caso la rica diversidad cultural del Buenos Aires cosmopolita que se recrea, tanto como el patrimonio cultural propio de cada rincón de nuestro país. Pero nuestra preocupación no pasa solamente porque edificios, costumbres o tradiciones se salvaguarden, sino porque además observamos que, contra toda lógica, nuestra Argentina de pleno siglo XXI incomprensiblemente nos remite a ciertas situaciones del siglo XIX, cuyos contenidos contradictorios nos consternan y desorientan: aún cuestionando las condiciones generales y el deplorable estado de salubridad de aquella época lejana, criollos e inmigrantes sentían entonces que una joven y pujante nación los cobijaba, que tenían trabajo y esperanza. Hoy... más de un siglo ha pasado. Llegue cada uno a sus propias conclusiones.
Etiquetas: VILLA CRESPO
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